jueves, 10 de diciembre de 2009
un abrazo que diga lo que no se oye
Me miró, y yo le miré.
Los segundos se hicieron horas, las horas se hicieron segundos.
No había más que él, su mirada, sus ojos, y su cuerpo junto al mío.
Había pasado tanto tiempo esperando este momento... Horas de pensar, incluso alguna noche de llorar... Y al fin te tenía aquí.
Estabas a tres centímetros... Solo a 3, o menos. Pero no nos movíamos, solo nos mirábamos, mientras nuestras respiraciones chocaban. El frío de la calle parecía haber desaparecido, y la gente que nos miraba sonriendo había dejado de existir.
Pero eso acabó, porque entonces, cuando te acercabas, llegó ella. Y no pudiste más que mirarme a los ojos, mientras os cogíais de la mano.
Os fuisteis... felices, con vuestros corazones unidos, mientras el mío lloraba y sangraba, mientras yo sufría y ya te echaba de menos... Cuando giraste la esquina, me miraste... Directo a los ojos. Durante dos segundos, y te marchaste... Para siempre, porque entonces llegó aquel coche. Y corrí cuando fui consciente de lo que había pasado.
Te cogí la cabeza, y te miré. Y mientras exhalabas tu último aliento, me decías con la mirada todo lo que sentías por mí.
Y me quedé allí, contigo en mis brazos, mientras la gente miraba, sabiendo que en ese momento, para mí, todo se había ido contigo y con aquel coche que te quitó la vida.