lunes, 8 de noviembre de 2010

Un gran día.


Estaba en lo más alto del acantilado que tantos momentos de su vida había observado. El viento agitaba su pelo, aunque sin llegar a ser molesto. Era un atardecer precioso, y más precioso aún después del día que había tenido. Hay mucha gente que se piensa que un día solo puede ser perfecto si en él se incluye un primer beso, una primera vez con tu gran amor, un momento que solamente dura unos segundos pero que te tiene en vilo el resto del tiempo... Pero no, nada de eso le había ocurrido. Se podría decir que había vivido un gran día. Sin hacer nada especial, un baño por la mañana, una comida, una buena siesta y un paseo hasta aquel bonito y viejo acantilado... Ya se ve, un día como otro cualquiera... Pero hay días que simplemente son grandiosos. Observó el momento, escuchó el silencio... Se sintió acompañado del viento y del Sol, como si fueran viejos e íntimos amigos que pasan una tarde juntos después de mucho tiempo sin encontrarse. Una tremenda sensación de júbilo inundaba su pecho hasta tal punto que la sonrisa emergía a su boca sin intención de ello; decidió cerrar los ojos y así disfrutar de ese instante, de esos segundos, de ese momento, como si fuera el último que iba a vivir... Después, abrió los ojos y con una sonrisa triunfal en la cara corrió como si la vida dependiera de ello, hasta llegar al linde de aquel suelo rocoso, y saltó.